viernes, 1 de marzo de 2013

Enfriándome


     

    Tras un día revuelto y gris, ha hecho falta tan sólo setenta y dos horas para que se haya formado una densa capa de nieve, tan sólo setenta y dos horas para que bajo esa capa haya helado lo suficiente para que la nieve haya acabado cuajando encima a modo. Ha hecho falta un par de minutos para que el agua de lluvia se lleve todo tras de sí, la capa de nieve, la capa de hielo y la capa de porquería que quedaba debajo.

        Exactamente igual que en mi interior. Todo comenzó con la llegada del frío y mi capa inferior comenzó a congelarse. Justo a las cuarenta y ocho horas, comenzó lo peor y empezó a hacer acto de presencia el síndrome de abstinencia. Fue harto jodido estar intentando controlar los temblores que la rabia interna provocaba para sobresalir al exterior. Hizo falta más de una simple y vulgar carrera a la par que un lote de zanjas en la huerta para que la fatiga corporal acabase venciendo los síntomas de la dichosa abstinencia. Una vez asentada la capa de hielo sobre mí, el resto era ya coser y cantar con una buena capa de nieve blanca, tupida y helada sobre mi cuerpo.

        Una vez puesta a enfriar, era mucho más sencillo que hacer encaje de bolillos, el dedicarme a descifrar tantas preguntas como se me iban ocurriendo. Así iba transcurriendo el tiempo entre pregunta y respuesta, en alterne con afirmaciones que se me antojaban de repente y sin más. Entre carne fría y piel gélida, me preguntaba qué hago con mi vida en éste preciso momento. Me admiraba por haber sido una guerrera incondicional en la batalla de la abstinencia más febril y trataba de resolver el enigma de saber a qué clase de juego estoy jugando y a qué batalla no deseada me enfrento sin necesidad ni ganas.

        Después el agua del mar hizo el resto de su trabajo en cuestión de segundos y con su baño regalado, me despojó en un abrir y cerrar de ojos de todas las heladas capas que cubrían mi piel y mis escamas.  El brillo que queda tras la avalancha, es reluciente sin igual. El frío interno corporal, queda presente y patente para asegurar que no habrá más dependencia ni más abstinencias ni más enigmas que vapuleen mi corteza cerebral.

Fresca, fría y recompuesta, como cualquier pescado de mi mar me hallo.


      

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