jueves, 8 de agosto de 2013

Alícia cerró la puerta




"Yo solo te pido,
quédate conmigo.
Y cuando te vayas
ciérrame el camino.

Tápame la boca,
ciérrame los ojos
Abrázame sin miedo
y vete: libre y loco."

                          Ailín Guerra




La habitación ciento treinta y siete fue testigo de cómo la sinrazón se apoderó aquella noche de la oscuridad latente, el cielo enmudeció con su luna nueva y las bilis volvieron de nuevo a revolverse tras la picadura del escorpión. Se apagaron las luces interiores y los ojos se abrieron en contraposición como platos mientras la cabeza iba contando entretanto y de forma aproximada y errónea el paso de los minutos, de las horas. Parecía más tarde siendo aún más pronto. Parecía más pronto cuando ya era demasiado tarde. Demasiado tarde para pensar, para dormir, para estar despierto. La mano se deslizaba sola, solicitada por el epigastrio, el cuál calmaba su acedía con el calor de su tacto allí presente. Los ojos buscaban, enfocaban y desenfocaban desenfrenados intentando encontrar algún punto razonable a la vista en aquella negrura que invadía, sin lograr encontrar la referencia deseada,  acudían en su ayuda en vez de unas buenas lentes de visión nocturna, unas enormes lágrimas que emborronaban aún más el asunto. El corazón se desbocaba en taquicardias que iban y venían sorprendiendo a cada galopada.

   Al final llegó el día y con el día llegó el alba. Entraron los primeros rayos de sol por la ventana enmudeciendo los fatigados e hinchados ojos que ya apenas veían.  El corazón había descendido a bradicardia de curva sinusoide y el estómago había encogido hasta alcanzar el tamaño de una avellana. (-Mejor así-  pensé para mis adentros –más fácil será adelgazar). Las prisas acuciaron la recogida y abatida del cuarto antedicho y de aquella guisa y pelaje, abandonaba medio ciega, medio muda, medio rota la medieval estancia. Introduje la llave en la cerradura y el llavero quedó a la vista medio invidente de una servidora. En el lugar que antes llevaba el número, ahora portaba unas letras. Achiné los ojos y comprobé que todas juntas decían….CIÉRRAME.

   Me sentí Alícia abandonando el País de las Maravillas Descorazonadoras.  Así la llave y la giré, dejando allí, todo lo que allí quedaba, entre muchas de las cosas, la ilusión con que giré la llave la primera vez que entré.  Me agaché a recoger lo que quedaba, mi mástil con una claudicante bandera blanca y me fui.


Moraleja de la que aquí suscribe;  Ni siquiera en el País de las Hadas se cumplen los sueños.

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