"A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde.
Lo demás era muerte y sólo muerte
a las cinco de la tarde..."
F. Lorca
Tras el almuerzo y la toma de omeprazol
necesaria para aplacar el ardor que allí habitaba, me puse mi traje de cola,
mis escamas y escafandra, y de esa guisa tan peculiar, puse a remojo el cuerpo
como si de un cuerpo inerte se tratara. El agua estaba fresca y alivió al
instante el sofocón de la piel y del
alma. La calma reinante en la superficie de mi mar, hacía de bálsamo en mis
vías biliares. Habían desaparecido como por arte de magia, la taquipnea y la
taquicardia y, las cuerdas vocales habían empezado a recuperar su tono
habitual.
Una vez
relajada, decidí sumergirme en las profundidades y bajar a mi anémona. Sentarme
en mi sillón y prepararme una bebida fresquita de tinta de calamar. La
caracola-móvil anunciaba que volvía a estar cargada y con batería suficiente
para ser autónoma fuera del mar. Me recosté sobre mi almohada dispuesta a pasar
una tarde a ser posible, sin hacer nada, o casi nada.
El reloj de arena pasaba de las cinco de la tarde cuando la caracola tuvo a bien anunciarme un mensaje
que provenía de las charcas. No estaba muy por la labor de levantarle la tapa
de nácar y mirar. Aún así, lo hice. Levanté, la caracola encendió su luz y me
mostró el texto que allí rubricaba la rana. Leía la frase que tanto tiempo ha
esperaba, la frase tonta de la semana, la frase que hace que todo vuelva a la
calma y la calma vuelva a mi mar. Lo necesitaba leer, escuchar, sentir, saber,
ver…..Lo necesitaba.
Eran las cinco de
la tarde cuando mi caracola transportaba de vuelta las palabras ; “y yo a ti”
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