martes, 13 de agosto de 2013

Las cinco de la tarde

     

   

"A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde.
Lo demás era muerte y sólo muerte
a las cinco de la tarde..." 


                                F. Lorca









Tras el almuerzo y la toma de omeprazol necesaria para aplacar el ardor que allí habitaba, me puse mi traje de cola, mis escamas y escafandra, y de esa guisa tan peculiar, puse a remojo el cuerpo como si de un cuerpo inerte se tratara.  El agua estaba fresca y alivió al instante el sofocón de la  piel y del alma. La calma reinante en la superficie de mi mar, hacía de bálsamo en mis vías biliares. Habían desaparecido como por arte de magia, la taquipnea y la taquicardia y, las cuerdas vocales habían empezado a recuperar su tono habitual.

        Una vez relajada, decidí sumergirme en las profundidades y bajar a mi anémona.  Sentarme en mi sillón y prepararme una bebida fresquita de tinta de calamar.  La caracola-móvil anunciaba que volvía a estar cargada y con batería suficiente para ser autónoma fuera del mar. Me recosté sobre mi almohada dispuesta a pasar una tarde a ser posible, sin hacer nada, o casi nada.

       El reloj de arena pasaba de las cinco de la tarde cuando la caracola tuvo a bien anunciarme un mensaje que provenía de las charcas.  No estaba muy por la labor de levantarle la tapa de nácar y mirar. Aún así, lo hice.  Levanté,  la caracola encendió su luz y me mostró el texto que allí rubricaba la rana.  Leía la frase que tanto tiempo ha esperaba, la frase tonta de la semana, la frase que hace que todo vuelva a la calma y la calma vuelva a mi mar.  Lo necesitaba leer, escuchar, sentir, saber, ver…..Lo necesitaba.

 Eran las cinco de la tarde cuando mi caracola transportaba  de vuelta las palabras ; “y yo a ti”


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