lunes, 18 de noviembre de 2013

Infección en el alma




"..Perder la mirada, distraídamente, 
perderla y que nunca la vuelva a encontrar: 
y, figura erguida, entre cielo y playa, 
sentirme el olvido perenne del mar..."

                            Alfonsina Storni









A la bajada de defensas que tuvo a bien experimentar mi sistema inmunitario aquella mañana, se sumó  la picadura que propinó el escorpión. Me hallaba tan tullida y tocada, que no supe ni pude evitar aquella estocada. Desprendió de mi cuerpo varias escamas y mi garganta emitió un quejido grave al experimentar aquel injusto e intenso dolor.

Maltrecha a la par de la garganta que del corazón, navegué como pude dejándome arrastrar por las olas hasta los brazos, (no muy agradables) de mi doctor. Cuando me encontré ante la gran puerta de entrada, volvieron a mí esos sentimientos encontrados que se me agolpan cuando me acerco a este lugar tan querido como odiado.

Recuerdo el calor de mis pacientes a pesar de sus impaciencias, sus confidencias y su confianza. Recuerdo el olor del café de la mañana que se mezclaba con el olor a desinfectante. Recuerdo las quedadas a escondidas para confesarnos entre amigas, las fechorías propias y restantes. Las salidas imprevistas con pincho de tortilla y  Coca-Cola incluidos. La sala de los momentos mágicos que a día de hoy, sigue conservando su número veinte...

Tanta emoción me abruma y ablanda el cuerpo. Mi doctor me dice que tengo una infección en el alma y que la solución a la situación, no requiere tan sólo de antibioterapia sino, de buscar el camino adecuado y me prohibe terminantemente dejarme arrastrar por el oleaje ni siquiera para la vuelta a mi anémona.

Mientras me encarrilo hacia éste, quedo en baja temporal . Un buen caldito de algas y unos sorbitos de absenta de tiburón harán que se calme mi cuerpo. Un reposo relativo del pensamiento, hará que mi alma, quede por fin en paz. 
Cierro unos días por descanso infecto-sentimental