torpe como un suicida sin vocación,
absurdo como un belga por soleares,
vacío como una isla sin Robinson,
oscuro como un túnel sin tren expreso,
negro como los ángeles de Machín,
febril como la carta de amor de un preso...,
Así estoy yo, así estoy yo, sin ti.
Terminó el verano, comenzó el Otoño, y con el final de los
días de ocio, llegó el final de lo que hasta entonces había sido la rutina. En
un abrir y cerrar de ojos la casa quedó muda, sin risas, sin quejas ni
comentarios sobre las desgraciadas noticias de cada día. Tan sólo queda el
ruido seco de las obras de al lado, que rompen el silencio de mi anémona.
Como el habitáculo he quedado yo, en silencio, recorriendo
cada rincón, cada estancia vacía. No quiero que un ápice de tristeza se apodere
de mí en lo más mínimo. Me niego a sentir lo que no quiero ni debo. Pero a
pesar de todo, tengo que reconocer que me siento extraña y casi fuera de lugar,
como en la canción de Sabina. Se rompe una rutina que parecía tan sencilla, y
de repente todo requiere su tiempo hasta que se vuelve a colocar en su sitio,
incluida el alma de la que aquí rubrica.
Debo quedarme con lo bueno de cada día, con la esencia de
la etapa vivida, con el resultado final de estos meses de sumas. Mientras apuro
el caliente té, me recreo en los momentos vividos ya pasados. Abro los ojos y
me cuesta creer que hoy vuelve a ser el mismo día que hace ya muchos fue. Sé
que no me costará mucho reincorporarme a las formas de aquellos días.