Estoy cansado de flotar así,
estoy cansado de pensar las mismas cosas,
estoy cansado de beber el mismo ron
y ya no quiero estar cansado.
estoy cansado de pensar las mismas cosas,
estoy cansado de beber el mismo ron
y ya no quiero estar cansado.
Y no quiero estar cansado más,
ya no voy a respirar,
yo me quedo aquí debajo,
y ahora voy a descansar,
me gusta más este lugar.
ya no voy a respirar,
yo me quedo aquí debajo,
y ahora voy a descansar,
me gusta más este lugar.
Y cuando más esperaba la calma, se presentó sin avisar. La
bajada de defensas comenzó a instaurarse en mí a la par que los leucocitos
acampaban a sus anchas a lo largo del torrente sanguíneo. Los grados Celsius
anunciaban una subida superior a tres grados la temperatura habitual de las
escamas y, las tiritonas, cefaleas y todas las algias posibles hacían acto de
presencia a la hora de comer.
El
reposo, la placidez y el relajamiento, fueron de las mejores medicinas, (eso
sí, acompañadas de las pildoritas enlatadas), para poder mitigar el malestar que produjeron
todos aquellos “no” invitados al banquete.
Tras dos semanas de religiosas pautas, me siento no rara sino diferente. Me faltan
fuerzas en las agallas. Girar la aleta me produce un malestar que incita a la
nausea. Me pincha la espalda cada una de
las espinas de la columna, tanto erguida como tumbada. La lentitud convive ahora conmigo, más parezco
un pez tortuga que un pez ondina.
Como siempre, el tiempo lo cura todo, o eso dicen, así que,
a esperar toca. Mientras tanto oteo por la ventana la calma-chicha en mi mar y los rayos de sol inyectando vida.
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