Este lienzo a medio empezar
entre los pinceles y la pluma,
se lo dedico con todo mi cariño
al Hombre Medular.
Que los dioses que nos sostienen en esta infatigable vida, no borren jamás una sonrisa en ti (sin tilde).
Ana I.
La imagen que visualizaba mi retina, me transportaba a
aquel cuadro de Renoir. La visión, impresionista-impresionante a la par de
realista. Todo el realce allí mostrado, dilataba la pupila y encogía el alma.
La gente hablaba de sus vidas, sus tareas cotidianas salpicando el lienzo con
bromas intercaladas, muchas de ellas con una dote de ingenio fuera de lo común.
Con mi camiseta de los lunes y pincel en mano, iba grabando
uno a uno los claro-oscuros de la situación . Abría como podía mis desequilibrados oídos.
Hacía cuatro años que no escuchaba la voz de El Hombre Medular. Su voz, bailaba alrededor de un “Mi en clave de Fa”. Su sonrisa al mirarme, delataba sonrisas y
risas de años ha derramadas a borbotones y carcajadas. Sus ideas, para algunos comensales,
delirantes, para la que pintaba el cuadro ideales racionales.
Las sombras costaba retenerlas. Entre los allí presentes,
pululaban auras con luz propia, mezcolanzas entre el tierra siena tostada y el
tierra sombra y, figuras que se
desfiguraban al plasmarlas en el lienzo, como los helados se acaban derritiendo
al sol.
Sensaciones no encontradas por más que una rebusca en su
fondo. Desequilibrio repentino de los
contrapuestos, una acaba por no saber dónde se sitúan el bien o el mal, lo correcto o lo incorrecto, lo justo o lo injusto. Pérdida parcial de los sentidos a la hora de
sentarme a dibujar este cuadro tan obtuso.
Conclusión de este gran absurdo, Renoir lo tuvo más fácil.
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