Noviembre ha revuelto las aguas del mar. El veneno fue
inoculado con premeditación y alevosía y, una que es confiada, mordió la manzana
a sabiendas en vez de lanzarla de vuelta. Decidí tragarme el sapo haciéndome una
vez más la ingenua ante el intento de asesinato. He pasado del calor al frío y
de la tranquilidad a la náusea en décimas de segundo y sin anestesia. Ni la chimenea
más tórrida, ni el antiemético más potente son capaces de apaciguar la cellisca
que se revela por dentro. Y es inútil intentar buscar si el pH del agua es
diferente o, si ya no conserva el mismo punto de sal o azúcar. Da igual la
maniobra, he probado con todas, hasta la de Heimlich, arriesgándome a visionar
hasta la primera papilla ingerida. Ninguna surte el efecto deseado.
He salido para ver el vendaval que se avecina, nada raro,
ningún pez nada hoy contracorriente lo cual, me hace pensar que todo sigue más
o menos. Avanzo para seguir oteando y llegar al Punto Nemo. El trayecto que
habitualmente recorro en minutos, hoy me cuesta a modo. No veo el momento de
llegar, no quiero imaginar cómo será la vuelta… Obvio es que ya han accionado
el botón rojo, ese que no se debería tocar según reza en el prospecto de ACME. Ahora
tocaría la lucha contra la revolución instaurada gracias a la broma pesada y a
las ganas de llevarse los aplausos por cojones. No tengo ganas, ni tiempo ni
motivos para hacer hoy de correcaminos en el agua y desactivar lo hecho. Sé que
esto que siento, no afectará ni a mis aguas ni a mi destino, soy un pez y
gracias a ello, todo me resbala.
Buscando con urgencia un DESA que revierta esta fibrilación
ventricular que anuncia la asistolia. Visionando a lo lejos el Punto Nemo.
Ya queda poco….
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