domingo, 27 de diciembre de 2015

Navidades álgicas





Aguantando dolorimientos lumbares, como si de parir a estas alturas y fechas se tratara, me hallo en el sofá de mi anémona, aferrada al calorcito local como a la propia vida .  No sé qué postura adoptar para estar algo más confortable. Mi espalda no soporta la sedestación prolongada, menos aún el bipedismo y ni hablemos de la horizontal en la cama. Me entran ganas de contratar un equipo que deje mi casa sin gravedad, a ver si flotando soy capaz de encontrar el punto bueno a esta algia que me ahoga pero no mata.

El estómago también soporta lo suyo, entre comilonas, malos gestos y pastillas enlatadas anda dando gritos de vez en cuando. Ni los protectores ni los masajitos tienen la suficiente potencia de apaciguar su quebranto. De vez en cuando lo premio con dulces y exquisiteces que calman su penitencia.

Del alma mejor no hablamos, lo dejamos para otro día o, para otro año si acaso. La esperanza que me acompaña a todos lados, parece hoy más lejana que nunca. La comprensión lingüística me hace sentir que soy cada vez más extranjera y menos terrestre. No sé qué gesto adquirir ni que sonido emitir para que los enojos y la mala ostia no hagan acto de presencia.

En fin, como aquí veis, no es mi mejor final de año ni mi mejor final de fiestas, aún así brindo con vosotros  con champán y oxígeno a la vez, así el moco está asegurado.

Buscando en mi mar un diccionario, un abrazo que no acaba y una espalda nueva.

Feliz Navidad a todos.



martes, 1 de diciembre de 2015

Adiós Noviembre






Esta vez no has sido dulce como lo fuiste antaño. Mezclaste en demasía las gotas de acidez y de amargor al postre y, el resultado fue bastante pésimo. Se han vuelto a resentir las vísceras y las pestañas. Traducido al castellano más vulgar que el de la RAE, has quedado como el culo.


Así que sin más, saco mi pañuelo (lleno de mocos por supuesto) y agitándolo me despido de ti. Espero que te lleves los disgustos, los sinsabores, la falta de agua y las bajadas de defensas que has ido repartiendo a modo durante tus treinta días.


Me quedo con el reencuentro de amigos tras cinco largos años sin verlos, el calor de los míos cuando abro la puerta y el hallazgo de una nueva trufa rosa en el mar, cosa que me hace feliz no, lo siguiente.


Como no puedo decir hasta nunca, te diré que hasta dentro de un año y, pediré a Sus Majestades, los de Oriente claro, que el próximo año te esfuerces un poquito y vuelvas a ser el Noviembre que una vez conocí.


Con un té en la mano, un pincel en el pie y una sonrisa (eso siempre).