Cuando el tiempo apremia, ahoga y martillea para que no nos
olvidemos de las labores pendientes que quedan y, que más que para ahora, eran
para ayer, es imposible sacar un diez en la calificación final por mucho que
nos esmeremos en hacerlo bien.
En esas anduve hace unos días, con el afán cotidiano a la chepa y la prisa flagelando mi
conciencia cada vez que intentaba hacer un impasse. Intentar sacar un hueco de
aquel trasiego sin final, acabó derivando en que la pausa fue aún si cabe, más
acelerada que un pollo sin cabeza. El disfrute supo a poco, a casi nada. Con la
miel en los labios y las ganas de una tranquilidad inexistente para un ‘late
motiv’ como dios manda, así quedé. Sometida en cuestión de segundos a la vorágine
que seguía acuciando al otro lado del rellano.
Así no hay manera de sacar nota y mucho menos de pasárselo
bien, que al fin y al cabo, es de lo que se trata. Entre un seis con cinco y un
siete con tres quedó la cosa, sabiendo que en la nota más alta, fui más
generosa de lo debido y, asumiendo que la nota baja me la merezco ( y menos aún
si cabe) por mis tiempos y prisas.
Espero y confío en una recuperación como examen, en la calma
de las almas y los afanes, en los besos largos y lentos, en las exploraciones
de los cuerpos a media luz, con tiempo y tiento. Será la única manera de
aproximarme al doce con siete, nota más que suficiente.
Algo me dice, que el 2017 trae la miel bajo el brazo,
voy preparando té de tener-te.
Algo me dice, que el 2017 trae la miel bajo el brazo,
voy preparando té de tener-te.