martes, 29 de marzo de 2016

Psicoanálisis a Morfeo



Me obligaré a soñar 
que soñar no cuesta dinero. 
Me obligare a pensar 
que el sueño pueda ser verdadero. 
Me enfadare contigo 
para reconciliarme luego 
Y sentir que tu me besas aunque sea un sueño. 
Intentaré volar y llevarte hasta la luna 
y poder navegar sujetado a tu cintura. 
Nos fundiremos juntos tiraditos en una nube, 
Y no diremos nada por si el sueño nos descubre.

                                                                                                                  M. Carrasco





Corría en mis sueños, huía sin saber muy bien hacia dónde ni de qué. Los dichosos zuecos ayudaban poco en la escabullida, así que decidí quitármelos dando sendas patadas al aire. Iba tan acelerada que ni los vi caer. Tenía claro que los demás también se habían ido y que yo debía salir cuanto antes de allí.

Encontré una puerta que había visto muchas otras veces al pasar por allí. Siempre la había mirado preguntándome que habría allí detrás (como detrás de otras muchas). Esta vez era el momento exacto para averiguarlo. La abrí y empujé con tanta fuerza que pasé al otro lado como un cohete a propulsión. Me vi de repente, en un largo y desierto pasillo a la vez que desconocido. Pensé que aquella era la parte que casi nadie conocía y por eso estaba tan solitario. Ahora, había que pensar hacia dónde dirigirme sin errar. Miré hacia un lado y hacia otro, los dos se perdían en la distancia y debía tomar una opción sin pensar mucho más. Decidí que debía dejarme llevar por el instinto y cruzar los dedos para que saliese bien.

Iba a ponerme a caminar sobre mis calcetines de colores imposibles y apareció de repente. No pude oírle ni haberle presentido. No sabía  si también huía como yo o, si debía huir de él.  No me dio cuartel, ni a mí ni a mi cabeza. En cuestión de segundos, su boca estaba en mi boca y la humedad de su lengua hacia acto de presencia. Fue un corto, excitante e interminable beso. Nos miramos mientras notábamos el sabor del otro y los cuerpos permanecían tan pegados, que apenas se podía respirar. Vi mis ojos en sus ojos y sin saber nada más, desperté.

A Morfeo le concedo un juicio clínico de sádico. A veces deberían darle una patadita en el talle, a ver si deja de importunar tanto y se le quita esa risa que le entra al ver como nos deja silbando. 


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