El amor se va igual que dos y dos son cuatro.
Quién no entienda eso, tiene un problema.
Cuando era una adolescente, me costaba un enorme trabajo
entender la frase “se les acabó el amor”. No entendía cómo era posible enamorarse
de alguien y que el amor pudiera
terminarse. Bendita inocencia cuando aún habita en nosotros esa mitad de niñez.
Ahora no me asombra entenderlo a la perfección. Lo que me
sigue sorprendiendo, es que a estas alturas de la película, siga habiendo
personas que se hayan quedado estancadas en los quince y, que con más pelos en
sus partes bajas que en las alturas, sigan haciéndose filigranas cordobesas en el cerebro cuando se les comunica que la historia terminó porque el amor se
fue.
Lo peor de todo es cuando intentan que te transformes en
una miscelánea de Einstein y Rappel para que les resuelvas cualquier tipo de
ecuación ñoño-amorosa y además predigas que pasará después ante las múltiples
combinaciones posibles…Y yo que sé que tiene cada pájaro en su cabeza!.
El amor es un sentimiento con miles de pinceladas, texturas
y expresiones que cada uno porta y transmite parte como sabe y, parte como
aprendió. Y, como todo sentimiento, cambiante, modificable y unos mil
trescientos adjetivos más que me ahorro y que la mayoría ya sabe. Tan sólo la
madurez de cada uno, la tranquilidad en su día a día y el aprendizaje es lo que
(creo) que hace que ese sentimiento vaya moldeándose a las circunstancias y
siga vivo. Pero que somos humanos, erramos más que los bichos de Paulov, que el
instinto al final es lo que subyace y que nadie está libre de mojarse el culo,
está clarito y conciso.
A vivir la vida como viene, los días con lo bueno que
traigan, intentando ser felices en la medida que se pueda y con salud y un buen
vinito. No hay más.
Comerse la testa por lo demás, está de más y es un absurdo
encomiable.
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