miércoles, 20 de julio de 2016

Locura tortuguesa







La loca de los peines está peor que nunca.  No es que yo lo piense, es que todo el mundo la tiene calada hasta los huesos.  La locura se esconde, pero sólo un rato, después aparecen los brotes y ya no hay quien la sostenga. Eso es lo que ha terminado por pasar  a esta tortuga de caparazón de piedra y pensamientos retorcidos.

Si las miradas matasen, hace rato ya estaría muerta. Me viste y desviste con una mirada sin control,  de forma brusca y ofensiva, mientras se quita y se pone con desmedida enajenación las gafapastas que porta ora en mano,  ora en ojos. Impulsivamente suelta por su boca una carcajada de forma histriónica que hace girar los cuerpos presentes hacia los alaridos suscitados por la susodicha. Mientras,  apalea con sus dedos bruscamente el móvil,  en busca de alguna presa que se preste fácil.

Me (nos) odia, lo sé.  Si tuviese en su poder una goma de borrar, estaríamos más velados que un carrete expuesto al sol.  Quisiera ser bruja, (más de lo que ya es),  y poseer cada una de las vidas que la rodean. Al final, algún resorte interno debe hacer detonación en esa maraña que porta por cabeza y la devuelve a su loca realidad.  Es entonces, cuando afloran las crisis de ansiedad que intenta aplacar a base de Lexatines encapsulados y otros remedios caseros a escondidas.

Vaticino un pesaroso final para una tortuga que siempre quiso ser camaleón.  Espero no estar presente ante la hecatombe que se aproxima.


Cuídense bien, los caparazones de piedra hacen daño, seguro. Los pensamientos retorcidos, más aún si cabe.

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