martes, 7 de febrero de 2017

Pride and Prejuicie



Los pilló desprevenidos en el fondo del pasillo haciendo apuestas sobre sus años. Se hizo la sorda y la invisible como tantas veces se había hecho y se fue con una sonrisa entre los labios. No está nada mal, que a una de vez en cuando le quiten de diez a doce años de encima de un plumazo. Me hizo pensar, qué diantres andaba haciendo yo esos años atrás. Si, como mi hermano de sangre dice, el presente es continuo e infinito porque siempre está sucediendo, con lo cual, el pasado siempre es presente porque continua pasando, en estos precisos momentos, podría tener treinta y cuatro a la par que setenta y dos.

Levanté la vista y la vi allí, intentando pavonearse con uno de ellos. Ya lo había hecho varias veces hasta ponerle la cara como un tomate reventón. Se reía de cualquier frase que soltase aquel cuasi adolescente por su boca. Más tarde me confesó que se sentía como una chiquilla a su lado, que hacía mucho tiempo que no la habían hecho sonreír tanto.

Iba a hacerme un té, cuando le vi venir detrás de mí. Esperó a que portase mi vaso y me sentase para, sin contemplaciones, sentarse a mi lado. No tardó ni cinco en confesarme, que aquella mujer le ponía a veces en un aprieto y que la sonreía por salir del paso. Antes de abrir la boca, apareció su amigo y se sentó al otro lado. Se interesaba por la conversación. Entre pitos y flautas decidí que el té había terminado, encaminé mis pasos y, al meter las manos en los bolsillos, cada uno portaba un papel con un texto similar. Me mosqueé. Estos niñatos se pensarán que me he caído de un guindo, pensé.
Mientras aquella mujer seguía contando aventurillas varias para intentar ser el centro de atención del jovencito. Miré los papeles y sonreí. Que le vamos a hacer, si a una servidora, sólo le gusta el yogurt que se come con cuchara y las ranas verdes.


Con té y autoestima por las nubes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario