Cruzó los brazos
Pa no matarla.
Cerró los ojos
Pa no llorar.
Temió ser débil
Y perdonarla,
Y abrió la puerta
De par en par...
Marifé de Triana
A día de hoy, tengo que dar las gracias a la genética
mendeliana de mis padres. Tras cuarenta y ocho añitos de beta, aún veo que te
mueres hasta cuando me toca enhebrar la aguja. Imagino que, el día que empiece
a quedarme cegata, lo haré ipso-facto y a lo grande y pasaré de cero a cuatro en un periquete y
sin despeinarme.
Lo cierto es, que para no tener que utilizar las lentes,
debo ser bastante cegata ad hoc. Deben pasar momentos que para mí son
completamente inadvertidos, hasta tal punto que me sigue sorprendiendo, después
de tanto tiempo, descubrir hechos o estados personales que desconocía por
completo.
Esto me hace llegar a pensar, que quizás mis ojos están
estupendos, pero a mi atención sí que debiera ponerle unas buenas antiparras
con unas cuantas dioptrías sin quedarme corta. A ver si así, soy capaz de poner al menos, un poco de prevención a la
hora de toparme con determinado tipo de gentuza disfrazada de buena gente.
Mientras doy pomada antiinflamatoria a los chichones
producidos por esta invidencia irracional, intento sujetar a plomo mi pulso,
que me tiemble lo justo, lo suficiente pero sin que se perciba, a la hora de
devolver la bofetada y, a ser posible de forma monacal y con pellizco retorcido.
Si hace falta después, sacaré el pañuelito a modo de detalle y no será para
secar ninguna lágrima.
Graduándome el cerebelo me hallo mientras comienzo a
vestirme para la batalla campal que se avecina.
Con té y sin miedo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario