Yo soy un castillo imperfecto
No necesito más fundamentos que mi voz
Así yo voy construyendo
Con mis virtudes y defectos lo que soy
Lo que mi abuela a mí madre le dió
Lo que mi madre a mí me enseñó
Es un ritual, una contemplación
Una autovalidación
Esta es la lucha en equilibrio
Es el cuento que escribimos
Y vamos a construir.
Y sin saber cómo, un buen día, un enlace vino a mí y, algo
en mi interior dijo “adelante”. No tuve más que hacer el nimio esfuerzo de un
simple click, para atravesar ese espejo que nunca supe dónde se hallaba por más
que lo busqué. No me había dado tiempo a pestañear, cuando ya le estaba
poniendo voz a toda esa gente que tantas ganas tenía de hablar.
Han sido unos
días muy duros, muy dedicados y muy emotivos. Pero salir al ruedo y mirar a los
ojos de todas esas personas que han sido tus pacientes o, han perdido a alguien
en esta batalla campal y, mientras salen las palabras “obligadas” que no las
propias aunque algunas las sienta como mías, otras lo son de principio a fin y,
esas sé que son las que llegan de verdad. Las que yo tanto necesitaba gritar y
ellos tanto necesitaban escuchar.
Ver que todos podemos ser uno y que ese uno se convierte en
un gigante fortalecido y valiente, capaz de derribar ese muro que intentaba
dividirnos, es la mayor satisfacción que me llevo aquí dentro. Tengo el cuerpo
cansado de la lucha que nos tocó librar, pero en muchas batallas llega un
punto, que todos los soldados se acaban rebelando contra quien los envió a las
trincheras desnudos, y cuando eso sucede, es cuando los altos mandos comienzan a
temblar. Da igual el muro que construisteis con vuestro egoísmo e ingratitud,
lo vamos a derribar.
Y luego, contadme; ¿Cómo vais a luchar contra los soldados
y el pueblo unidos? Ya que habéis demostrado que no tenéis ni empatía ni dignidad.
Recoged vuestros inmorales detritus y largaos lejos, muy lejos, tanto que desaparezcáis
para siempre.
Con té y con la mejor arma, la palabra.