viernes, 29 de abril de 2022

Once upon a time...

 



         

                                                Érase una vez, un planeta triste y oscuro

                                                y la luz al nacer, descubrió un bonito mundo de color

                                                Un león, un dragón, una flor y una mariposa

                                                Y un señor, que pensó, desde hoy todas esas cosas cuidaré.


            Érase una vez un león, al que arrancaron de su vedeja una corona.

            Érase una vez un ratón, que aprendió la ley de la contemplación.

            Érase una vez un dragón que con su fuego todo iluminó.

            Érase una vez, una mariposa que se volvió pez.

            Érase una vez un castillo habitado por monstruos enajenados.

            Érase una vez, como lo que era, dejó por fin de ser.

           Érase una vez, un velo que al caer, dejó paso al fin de una historia.

           Érase una vez, una princesa que en vez de casarse echó a correr.

 

            Érase una vez, un cuento al revés.

 


Extrasístoles decepcionantes

 


Triste decepción; lloré
Aprendí a soñar sin él
El rugir del mar calló
En su voz ya no hay calor
Ya no hay fuego
Rabia y decepción
El latir de un corazón
Se desvaneció
Y ahora el mar soy yo

                                               Saratoga.


        Llegó la esperada noticia, esa que ya hicieron prácticamente suya todas las personas queridas y afines a mí. Era tan esperada y tan deseada, que cuando aterrizó en el ordenador, el corazón paso de sinusal a extrasístoles aisladas y, tras asimilar la alegría acontecida, a extrasístoles continuas.

         Una vez con una de las dos asas en mis manos, quedaba realizar el siguiente paso, meditado y planeado, para asir la siguiente. Fue entonces cuando vi dónde me encontraba, cuando la demostración no acontecida dejó más que patente lo que yo realmente significaba.

         Acabé completamente abatida durante casi toda una noche, envuelta en un mar de lágrimas y rallando la bradicardia. El cansancio hizo mella, la desilusión hizo el resto. En menos de veinticuatro horas, ya me había vuelto (una vez más) a buscar la vida por mi cuenta, sola ante el abismo (una vez más) resolviendo crucigramas y saltando obstáculos para volver a tener un plan con el que asirme a la otra parte que faltaba. Allí estaban los amigos (una vez más), invitándome a combinados de adrenalina para remontar aquella planicie cardíaca.

         Lo conseguí (una vez más), me dejaron el otro asidero al alcance de mi mano, no sin pagar por ello un precio, el de contemplar tras la medicación administrada, como comenzaban a aparecer extrasístoles decepcionantes de la realidad presenciada. Y yo, que hubiese hecho cualquier cosa que estuviese en mi mano, me encuentro ahora sometida a una certeza servida en bandeja con la botellita que porta el cartelito de “bébeme” y la galleta de “cómeme”. ¿Creceré? ¿Menguaré?...lo que haga bienvenido será, ya buscaré una reina de corazones y un sombrerero que lo mitigue, pero lo que tengo muy claro es que lo haré como siempre, sola (una vez más).

 

Con antiarrítmicos y té de olvidar