Llegó la esperada noticia, esa que ya hicieron
prácticamente suya todas las personas queridas y afines a mí. Era tan esperada y
tan deseada, que cuando aterrizó en el ordenador, el corazón paso de sinusal a
extrasístoles aisladas y, tras asimilar la alegría acontecida, a extrasístoles
continuas.
Una vez con
una de las dos asas en mis manos, quedaba realizar el siguiente paso, meditado
y planeado, para asir la siguiente. Fue entonces cuando vi dónde me encontraba,
cuando la demostración no acontecida dejó más que patente lo que yo realmente
significaba.
Acabé
completamente abatida durante casi toda una noche, envuelta en un mar de
lágrimas y rallando la bradicardia. El cansancio hizo mella, la desilusión hizo
el resto. En menos de veinticuatro horas, ya me había vuelto (una vez más) a
buscar la vida por mi cuenta, sola ante el abismo (una vez más) resolviendo
crucigramas y saltando obstáculos para volver a tener un plan con el que asirme
a la otra parte que faltaba. Allí estaban los amigos (una vez más), invitándome
a combinados de adrenalina para remontar aquella planicie cardíaca.
Lo conseguí
(una vez más), me dejaron el otro asidero al alcance de mi mano, no sin pagar
por ello un precio, el de contemplar tras la medicación administrada, como
comenzaban a aparecer extrasístoles decepcionantes de la realidad presenciada.
Y yo, que hubiese hecho cualquier cosa que estuviese en mi mano, me encuentro
ahora sometida a una certeza servida en bandeja con la botellita que porta el
cartelito de “bébeme” y la galleta de “cómeme”. ¿Creceré? ¿Menguaré?...lo que
haga bienvenido será, ya buscaré una reina de corazones y un sombrerero que lo
mitigue, pero lo que tengo muy claro es que lo haré como siempre, sola (una vez
más).
Con antiarrítmicos y té de olvidar
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