viernes, 28 de febrero de 2020

A cada cerdo le llega su San Martín



Voy a volverme como el fuego
Voy a quemar tu puño de acero
Y del mora'o de mis mejillas
Saldrá el valor pa cobrarme las heridas
Porque malo, malo eres.
                                                      Bebe


   Hay días, que aunque en el cielo resplandezca un sol brillante, se puede desencadenar una tormenta formidable. ¿Porqué no un día como hoy? Nunca es tarde sea o no la dicha buena. En este caso ha habido tormenta con rayos, truenos y redobles de anticipación a la Semana Santa.

   Eso sí, como a una desde muy pequeñita le enseñaron en su casita una cosa que se llama “educación”, y por supuesto, a no tolerar ni consentir la falta de la misma, pues hoy redoble con traca y confeti y, sin final  feliz of course!.

   Entre leyes, letrados y juristas me hallo, haciendo filigranas cordobesas hoy que es el día de Andalucía. Que, aunque no soy muy carnívora per se, una buena matanza a tiempo nunca está de más ni de menos. Esto deja más que claro, que a todo cerdo, cochino, puerco, gorrino, marrano, animal sucio y maloliente, le llega por suerte o por desgracia su San Martín. En este caso que nos acontece, para suerte porque nos vamos a inflar a chorizos, pancetas, tocinos y jamoncitos y todos estos manjares, los vamos a pasar por el gaznate, brindando con un vinito de atrezzo que marine bien con lo expuesto.

   Así que en breve brindaremos por ese repelente “caga-orquídeas”, cochambroso y deshonesto, por su santo y por nuestro festín con perdices incluidas y sin principitos ad hoc.

Con un té mientras cargo..apunto….

martes, 18 de febrero de 2020

Y tú... qué harías?



"Yo no quiero un amor civilizado,
con recibos y escena del sofá...
yo no quiero que viajes al pasado,
y vuelvas del mercado con ganas de llorar...
yo no quiero vecinas con pucheros,
yo no quiero sembrar ni compartir,
yo no quiero catorce de febrero,
ni cumpleaños feliz...
  Yo no quiero cargar con tus maletas,
yo no quiero que elijas mi champú,
yo no quiero cortarme la coleta,
mudarme de planeta, brindar a tu salud...
yo no quiero comerme una manzana,
dos veces por semana, sin ganas de comer...
yo no quiero calor de invernadero,
yo no quiero besar tu cicatriz,
yo no quiero Paris con aguaceros,
ni te quiero sin ti..."
                                                       Joaquín Sabina

   No quiero ser rica para tener un casoplón y no saber con qué rellenarlo, y al final, como acaban todas estas cosas, se acaban rellenando de floripondios que no sirven absolutamente para nada más que adornar una estancia. Para museos me voy al Prado.

     No quiero poseer uno, dos o tres cochazos, para desplazarme no necesito que mi coche posea un logo con anillitos ni que venga el chófer de la Reina Madre con su super Rolls Royce, que no discuto que no sean más o menos bonitos, pero no me aportan nada más allá de lo que ya tengo.

   No quiero poseer joyas por doquier, odio los pedruscos y los abalorios que no hacen más que ir diciendo a gritos “por favor, róbame” y que tampoco aportan a mi vida algo más allá de lo que me aporta una piedra.

   Sólo compraría una cosa puesto que, se supone que en esta vida todo tiene precio. Sólo compraría mi libertad: Para vivir sin ataduras, sin alarmas endemoniadas. Para marcar mi propio compás de vida, mi propio rumbo y ser la dueña absoluta de mi tiempo. Porque el casoplón, el cochazo y el pedrusco lo único que me aportarían serían más ataduras aún de las que ya tengo y no quiero. Quiero ser libre con todas las letras.

Con té y con sueños por cumplir.

sábado, 15 de febrero de 2020

A la primera persona


   

"A la primera persona que me ayude a comprender
Pienso entregarle mi tiempo, pienso entregarle mi fe
Yo no pido que las cosas me salgan siempre bien
Pero es que ya estoy harto de perderte sin querer, querer.."
                                                   Alejandro Sanz


    Aquel primer regalo, el que me hizo entender que los mejores regalos, son aquellos que se hacen con el corazón sin necesidad de comprarlos. Aquel grafiti a tiza que quedó grabado en mi retina por el resto de los años. Cuando miro la foto, llega a mí el olor de la crema de avellanas que se colaba por las ventanas a la hora de la merienda mientras yo miraba absorta aquellas letras.

      Cuánta inocencia y cuánta ignorancia portaba en mi maleta. Creíamos en el amor eterno, en la felicidad continuada. El primer amor y el primer desamor. El encontronazo de bruces con la realidad de la vida y el tener que reconocer a mi madre, con todo lo que me costaba en aquellos momentos hacerlo, que tenía toda la razón cuando decía “Anabel, nada es para siempre”, por supuesto seguido de “como te vea llorar por un chico te mato”. Una dosis de racionalidad y una de vísceras a punto de caramelo. Y de esa forma iba aprendiendo, con una de cal y una de arena por parte de todos los que me rodeaban.

    Sólo tenía dieciséis años cuando me vestí de resiliencia aquel día que lo dejamos. Aprendí a levantarme de mis caídas al minuto uno, a tragarme las lágrimas “pa” dentro, a volverme más irresistible a la par que más recta. A saber esperar en mi puerta tu paso por ella y a dejar en tu corazón una muesca. Esa que cuando asoma, te recuerda que siempre fui tu “cuenta pendiente”, esa cuenta que nunca fuiste capaz de saldar por tu mala cabeza.

    Benditos aquellos dieciséis, aquel primer amor sin beso y con ganas. Aquellas estupideces que creaba continuamente mi cabeza. Bendito el aprendizaje de vida que me ha llevado a ser quien soy a pesar de errar tantas y tantas veces. Hoy pasé por la plaza, he de confesarlo, siempre miro a la pared aquella, aún a sabiendas que ya no están aquellas letras. Aún así, yo las sigo viendo allí, como si estuvieran, y vuelvo a revivir aquellos días tan felices que tuve la suerte de vivir y tener en mi memoria. No puedo hacer otra cosa que dar las gracias a la primera persona que me abrió su corazón y que siempre llevaré en el mío.

Con té y con tiza.

jueves, 13 de febrero de 2020

Y se hizo la ley... y se hizo la luz.



“Quien quiera vivir que viva, pero a los demás que nos dejen morir dignamente”.
 Fernando Cuesta


         Y por fin, de la podedumbre de la oscuridad, se hizo la luz un 12F, anunciando una ley que era tan necesaria como respirar. Que nadie ( que lo decida por supuesto), tenga que padecer nunca más, el inmenso sufrimiento, inalcanzable para la imaginación de la mayoría, pero tan visible como horrible  para todos los que cada día, lidiamos con nuestros pacientes, muchos de ellos en estadío terminal, muchos otros ya muertos en vida, sometidos al dolor más insoportable, el del alma. Obligados por haber debutado con una enfermedad terminal, a caminar por la senda del encarnizamiento terapeútico “hasta que el cuerpo aguante”. Si los miras a los ojos, no hace falta que hablen para ver, como tras esa indefensión se esconde la súplica de la paz, de su paz, de que dejemos de disponer de sus vidas sin su consentimiento ni su visto bueno.

         Y que tengamos que escuchar “paletadas” como que algo así obedece sólo a recortes sanitarios o al reconocimiento del derecho a matar. Hay que tenerlos cuadrados. Les cambio a todos ellos por unos días el lugar de estos pacientes, su dolor, su sufrimiento y el sufrimiento de los que le rodean. Qué fácil es hablar sin estar en el lugar del otro, que falta de empatía y de moral  y cuánta “moralina” de baja estofa y gratuita.

       Es más ético el sometimiento con sufrimiento mantenido, el no querer asumir que tu paciente se está muriendo y seguir alargando su sufrimiento porque de repente alguien les ha hecho “esclavos” de sus vidas y de sus cuerpos y su voz no vale nada, su voluntad queda anulada y sus defensas abatidas por el real cuerpo de señores iluminados que te obligan a que tienes que sufrir cómo y cuánto ellos decidan para poderte morir.

        Pues queridos iluminados; Espero que por fin, todo el mundo que lo precise, reciba unos cuidados paliativos dignos de cada persona que se preste. Que el caminito de la tortura y el dolor quede reducido a la analgesia requerida, al bienestar de cada persona lo que le reste de vida y a decidir morir con dignidad, sí con dignidad, esa palabra que tanta risa les provoca en sus horripilantes dentaduras pero que no significa otra cosa que  la actuación CORRECTA ante la muerte por parte de quienes atienden al que sufre una enfermedad incurable o en fase terminal. Empiecen a RESPETAR  la decisión de cada persona, porque somos libres para vivir y para elegir por mucho que les pese. La esclavitud se abolió hace ya bastante, aterricen de una puta vez.

Con té, con mi libro en marcha y con más esperanzas que nunca.

P.D. Fernando Cuesta tuvo que viajar a Suiza para poder poner fin al sufrimiento provocado por la E.L.A. y por la falta de empatía y la negativa a dejarle decidir. Este relato va por todos ellos, que lucharon contra viento y marea por poder elegir una muerte digna.