sábado, 15 de febrero de 2020

A la primera persona


   

"A la primera persona que me ayude a comprender
Pienso entregarle mi tiempo, pienso entregarle mi fe
Yo no pido que las cosas me salgan siempre bien
Pero es que ya estoy harto de perderte sin querer, querer.."
                                                   Alejandro Sanz


    Aquel primer regalo, el que me hizo entender que los mejores regalos, son aquellos que se hacen con el corazón sin necesidad de comprarlos. Aquel grafiti a tiza que quedó grabado en mi retina por el resto de los años. Cuando miro la foto, llega a mí el olor de la crema de avellanas que se colaba por las ventanas a la hora de la merienda mientras yo miraba absorta aquellas letras.

      Cuánta inocencia y cuánta ignorancia portaba en mi maleta. Creíamos en el amor eterno, en la felicidad continuada. El primer amor y el primer desamor. El encontronazo de bruces con la realidad de la vida y el tener que reconocer a mi madre, con todo lo que me costaba en aquellos momentos hacerlo, que tenía toda la razón cuando decía “Anabel, nada es para siempre”, por supuesto seguido de “como te vea llorar por un chico te mato”. Una dosis de racionalidad y una de vísceras a punto de caramelo. Y de esa forma iba aprendiendo, con una de cal y una de arena por parte de todos los que me rodeaban.

    Sólo tenía dieciséis años cuando me vestí de resiliencia aquel día que lo dejamos. Aprendí a levantarme de mis caídas al minuto uno, a tragarme las lágrimas “pa” dentro, a volverme más irresistible a la par que más recta. A saber esperar en mi puerta tu paso por ella y a dejar en tu corazón una muesca. Esa que cuando asoma, te recuerda que siempre fui tu “cuenta pendiente”, esa cuenta que nunca fuiste capaz de saldar por tu mala cabeza.

    Benditos aquellos dieciséis, aquel primer amor sin beso y con ganas. Aquellas estupideces que creaba continuamente mi cabeza. Bendito el aprendizaje de vida que me ha llevado a ser quien soy a pesar de errar tantas y tantas veces. Hoy pasé por la plaza, he de confesarlo, siempre miro a la pared aquella, aún a sabiendas que ya no están aquellas letras. Aún así, yo las sigo viendo allí, como si estuvieran, y vuelvo a revivir aquellos días tan felices que tuve la suerte de vivir y tener en mi memoria. No puedo hacer otra cosa que dar las gracias a la primera persona que me abrió su corazón y que siempre llevaré en el mío.

Con té y con tiza.

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