Y es que no hay respeto y se mueren de hambre
Y es que no hay respeto y se ahoga el aire
He de reconocer, que uno de
mis mayores defectos ha sido, intentar que los que me rodean se sientan bien, o
al menos, lo mejor posible. Así leído no suena mal, no parecería un fallo, pero
lo es desde el punto y hora que ese intento pasa por encima de mí, de mi
bienestar o malestar, de mi tranquilidad y a veces hasta de mi salud. Hay personas que son capaces de pensar
primero en ellas para actuar después. Quizás sea lo correcto, no lo sé, lo que
sé es que ya son muchos años de esfuerzos, muchos años lamiendo mis heridas
cuando me doy la vuelta con la recompensa de saber que los demás están bien o,
que al menos he hecho por ellos todo lo que estaba a mi alcance. Miento si digo
que no he caído una y mil veces en el intento de no hacerlo y si lo pienso,
cuento las veces con los dedos de una sola mano porque el resto ha quedado ahí,
en el intento. He llegado a estar realmente mal y así, haber atendido las
peticiones de quien me necesitaba en ese momento. Ahora ya, leído de esta forma,
sí que parece un gran defecto. Evoco a mi madre regañándome una y otra vez por
esto. Intentaba enderezar una rama que no iba en la dirección que ella hubiese
querido. Siento profundamente haberla hecho sufrir, porque sufría por no lograr
sus objetivos, sufría por ver que miraba tanto por el resto y tan poco por mí.
No lo supe lograr con ella, al menos no en todos los sentidos que ella hubiese
querido, pero creo que es algo inherente a todos los padres/madres con los
hijos.
Los defectos, esas carencias
que a veces tanto nos cuesta reconocer porque realmente son una “tara” o un “desperfecto”
y nos cuesta aceptar que lo somos, somos seres plagados de desperfectos y
carencias. Cada vez que preguntas a alguien por sus defectos, comienza enumerando
sus virtudes, (vaya la virtualidad y la excelencia por delante), como si esto
fuese capaz de diluir las insuficiencias que vienen detrás. Yo en cambio sólo
soy capaz de encontrarme dos virtudes y dos docenas de defectos.
Madre, fuiste una buena
maestra y yo una pésima aprendiz. No me ilustré para vivir en el mundo en que
me hallo inmersa. No soporto la egolatría constante, la falta de empatía, la
mala educación, tanta envidia y maldad infinita
que resolla por los poros de tantas personas. Cuesta encontrar algún ser afín
para poder ubicarme en esta sociedad que está abocada innegablemente a la
destrucción de sí misma. Prefiero bajar a mis aguas y vivir algo más tranquila,
aunque tampoco sé cuánto tiempo me dejarán estar así.
Con té de reposo, con aletas
en los pies y escamas.