jueves, 16 de enero de 2020

De como el 1 se convirtió en 4


        

O de cómo un posado en un robado y viceversa



        No recuerdo haber posado nunca para ser inmortalizada en óleo. Admito que si me lo hubiesen pedido, hubiese aceptado sin miramientos, eso sí, con las zapatillas de caminata ad hoc y vestimenta que la ocasión requiriese. No debió pensar así nuestro amigo John William y realizó en su época, allá por 1901, cuando una aún era joven, lo que a día de hoy se define como un “posado robado”. Mi sorpresa en uno de mis días de caminata fue monumental, al entrar a la Royal Academy de Londres y verme allí retratada de esa guisa, atusándome la despeinada cabellera con aquel peine que aún conservo entre los recuerdos del siglo pasado.

     Tuve a bien escribirle, tras observar algún otro cuadro de “robados”, para proponerle un posado en toda regla y salir como Dios manda y no de aquella manera. La respuesta no se hizo esperar y William me citó para realizar un encargo para el libro “La dama de Shalott”.

        Cuando llegué a su morada, observé que tenía la entrada llena de rosas (¡mi perdición!). No pude reprimir el instinto que me impulsa a olerlas como si las pudiese poseer y, tuve que controlar la tentación de arrancarlas para tenerlas. (ya expliqué en una ocasión mi pasión por las rosas). Le vi, mirándome fijamente por la ventana, juraría haber oído un “click” que pasó desapercibido a mis oídos a causa de utilizar tanto mi olfato. En su morada me regaló una caja. Mientras la abría volví a escuchar el “click”. Nos fuimos a un lago y allí me desprendí de mi manto floral y con un vestido blanco inmaculado y el pelo al viento dentro de una barca, me inmortalizó de nuevo. A mi regreso, encontré una carta en la anémona, firmaba John William;

Le doy de nuevo las gracias y me encuentro en el deber de confesarle, que este cuadro estará en alguna de las galerías de Londres, pero me reservo para mi colección privada uno al que he llamado “the soul of the rose” y otro “La caja de Pandora”, no pude evitar plasmar ese momento suyo con mis rosas y la caja. Le queda eternamente agradecido…”

Y así fue como John inició una colección hace más de cien años y de uno hizo cuatro.

Con té, con óleos y recuerdos.

Tres, eran tres






La mente cuando baja la marea
Por puro instinto de conservación
Intenta cauterizar cada huella
Que deja atrás el paso del amor.

La mente cuando baja la marea
Mostrando la estructura del dolor
Activa un mecanismo de defensa
Para que no se ahogue el corazón.


                                                                         Yuri




Tres eran tres…los que danzábamos. Ella decía que éramos un número imperfecto y él decía que era ideal. Era obvio, ella corría-danzaba tras sus huesos, él tonteaba entre los huesos de ella y mi indiferencia y yo, sólo corrían tras el compás de la música.
A veces, me pregunto por qué habré sido tan jodidamente correcta en cada momento. Por qué cada trabajo, para mí tan sólo se acababa resumiendo en eso, puro trabajo. Parecía que el refrán ese tan famoso, “donde tengas la olla….” lo había inventado yo. No sé por qué me negué tanto a mí misma y al resto.

Quedábamos a solas, los tres, cuando ya habían pasado años de aquellos ensayos de academia, para seguir viéndonos. Había algo que me hacía retroceder sin querer y no me dejaba liberarme, eran mis amigos y seguía viéndolos como trabajo, pasado, pero trabajo. y, así transcurrían nuestras quedadas entre una casada, un soltero, una separada y el baile que nos acompañaba. 
Una vez me contaron entre risas, que años atrás se liaron. Algo en mí se removió por dentro sin saber por qué, yo tuve esa oportunidad miles de veces y no la quise, no entendía a qué venía aquel malestar sin sentido. Cuando ella se levantó para hablar por teléfono, él me hizo la pregunta del millón y, yo, sólo supe responder,  -Eres mi amigo-. Y allí quedó con la imagen fría y la mirada ausente. No me entendió, ni siquiera yo supe entenderme.

Fue la última vez que estuvimos juntos los tres. A veces miro las fotos, he cambiado tanto mi forma de pensar, que si ahora estuviese manteniéndome entre sus brazos, jugando a soltarme, hubiese caído con gracia soberana y sin despeinarme en la vorágine que su cuerpo anunciaba cada día.



Reniego de todos los prejuicios que vivieron en mí, que no me dejaron ser todo lo libre que pude. Hace poco tiempo decidí despojarme de todos ellos y mandar el refrán lejos no, lo siguiente. Se trata simplemente de vivir, de soñar y ser libre.

Con té y bailando a solas.