La mente cuando baja la marea
Por puro instinto de conservación
Intenta cauterizar cada huella
Que deja atrás el paso del amor.
La mente cuando baja la marea
Mostrando la estructura del dolor
Activa un mecanismo de defensa
Para que no se ahogue el corazón.
Yuri
Tres eran tres…los que danzábamos. Ella decía que éramos un
número imperfecto y él decía que era ideal. Era obvio, ella corría-danzaba tras
sus huesos, él tonteaba entre los huesos de ella y mi indiferencia y yo, sólo
corrían tras el compás de la música.
A veces, me pregunto por qué habré sido tan jodidamente
correcta en cada momento. Por qué cada trabajo, para mí tan sólo se acababa
resumiendo en eso, puro trabajo. Parecía que el refrán ese tan famoso, “donde
tengas la olla….” lo había inventado yo. No sé por qué me negué tanto a mí
misma y al resto.
Quedábamos a solas, los tres, cuando ya habían pasado años
de aquellos ensayos de academia, para seguir viéndonos. Había algo que me hacía
retroceder sin querer y no me dejaba liberarme, eran mis amigos y seguía
viéndolos como trabajo, pasado, pero trabajo. y, así transcurrían nuestras quedadas entre una casada, un soltero, una separada y el baile que nos acompañaba.
Una vez me contaron entre risas, que años atrás se liaron. Algo en mí se removió por dentro sin saber por qué, yo tuve esa oportunidad miles de veces y no la quise, no entendía a qué venía aquel malestar sin sentido. Cuando ella se levantó para hablar por teléfono, él me hizo la pregunta del millón y, yo, sólo supe responder, -Eres mi amigo-. Y allí quedó con la imagen fría y la mirada ausente. No me entendió, ni siquiera yo supe entenderme.
Fue la última vez que estuvimos juntos los tres. A veces miro las fotos, he cambiado tanto mi forma de pensar, que si ahora estuviese manteniéndome entre sus brazos, jugando a soltarme, hubiese caído con gracia soberana y sin despeinarme en la vorágine que su cuerpo anunciaba cada día.
Una vez me contaron entre risas, que años atrás se liaron. Algo en mí se removió por dentro sin saber por qué, yo tuve esa oportunidad miles de veces y no la quise, no entendía a qué venía aquel malestar sin sentido. Cuando ella se levantó para hablar por teléfono, él me hizo la pregunta del millón y, yo, sólo supe responder, -Eres mi amigo-. Y allí quedó con la imagen fría y la mirada ausente. No me entendió, ni siquiera yo supe entenderme.
Fue la última vez que estuvimos juntos los tres. A veces miro las fotos, he cambiado tanto mi forma de pensar, que si ahora estuviese manteniéndome entre sus brazos, jugando a soltarme, hubiese caído con gracia soberana y sin despeinarme en la vorágine que su cuerpo anunciaba cada día.
Reniego de todos los prejuicios que vivieron en mí, que no
me dejaron ser todo lo libre que pude. Hace poco tiempo decidí despojarme de
todos ellos y mandar el refrán lejos no, lo siguiente. Se trata simplemente de vivir,
de soñar y ser libre.
Con té y bailando a solas.
Con té y bailando a solas.
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