Esta vez no has sido dulce como lo fuiste antaño. Mezclaste
en demasía las gotas de acidez y de amargor al postre y, el resultado fue
bastante pésimo. Se han vuelto a resentir las vísceras y las pestañas.
Traducido al castellano más vulgar que el de la RAE, has quedado como el culo.
Así que sin más, saco mi pañuelo (lleno de mocos por
supuesto) y agitándolo me despido de ti. Espero que te lleves los disgustos,
los sinsabores, la falta de agua y las bajadas de defensas que has ido
repartiendo a modo durante tus treinta días.
Me quedo con el reencuentro de amigos tras cinco largos
años sin verlos, el calor de los míos cuando abro la puerta y el hallazgo de
una nueva trufa rosa en el mar, cosa que me hace feliz no, lo siguiente.
Como no puedo decir hasta nunca, te diré que hasta dentro
de un año y, pediré a Sus Majestades, los de Oriente claro, que el próximo año te
esfuerces un poquito y vuelvas a ser el Noviembre que una vez conocí.
Con un té en la mano, un pincel en el pie y una sonrisa
(eso siempre).
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