viernes, 20 de marzo de 2020

A mi hijo


      

    
  Sé que si lo hacemos juntos, todo puede ser posible,
sólo si lo hacemos juntos.
2008, Sierra de la Culebra


        No puedo dormir, me desvelo últimamente en mitad de la noche, sin pesadilla alguna, simplemente es desvelo. Mi cabeza empieza a girar enloquecidamente, se me agolpan recuerdos, buenos y malos. Se acaban mezclando con lo vivido ayer o anteayer, con lo que acontece. Todo acaba formando una maraña tal, que volver a conciliar el sueño se hace harto difícil, imposible. Esto se une a mi trabajo, actualmente agotador y se remata con la falta de afectos físicos. El resultado es un bajón emocional considerable y obvio.

         Y, cuando regreso a mi anémona, veo que no estás. Que justo cuando comenzaban los problemas, decidiste y, tristemente para mí, tu decisión fue la de no quedarte aquí. Y, a lo mejor, es la más acertada por tu parte, nunca lo sabré, lo que sí sé es que yo lo di todo por ti, hasta lo que no tenía. Quizás ese fue mi error, tampoco lo sé. Pero en mi maraña vespertina, aparece también la idea de que a lo mejor ya no te vuelva a ver y la angustia entonces se instala en lo más profundo de mi alma y pienso que no me despedí de ti cuando te fuiste porque ya no nos abrazábamos por prevenir.  Y cada día hago el mismo ritual, de entrar a tu cuarto a abrazar tu almohada, esa almohada que en tiempos ha fue mía y que ahora huele a ti como si estuvieras y, lloro con un desconsuelo que quizás no tenga sentido, pero que no puedo evitar. Miro el teléfono para ver los quinientos veintitrés mensajes de chorreces al día pero no apareces en ninguno y entonces borro casi todo y a veces sin mirar. Luego me pongo mi armadura y regreso a la lucha diaria, estoy en primera fila de batalla, es muy fácil errar y que el enemigo acabe venciéndome y, tan sólo una cosa me mantiene en pie luchando sin parar después de no dormir, volver a verte.

         Cuando llega la noche, sigo pidiendo, (como cada noche desde el día que naciste), a las estrellas que te protejan cada día, doy un achuchón a mi mascota que es el único ser vivo al que puedo achuchar y vuelvo a intentar dormir sin conseguirlo. No sé cuánto durará esto, ni siquiera sé cuántos seguiremos aquí. Y, sí, sé que tú piensas que esto no es para tanto, yo también tuve tu edad y creía que a los míos nunca les tocaría. Esa no es la realidad y a mí me lo demostró la vida, con tan sólo veintiocho años me quedé sola, me arrebató de un plumazo a todos mis seres queridos y hasta ese momento, no fui consciente de la realidad. La factura de vida que se va a cobrar, no va a ser ninguna broma. Sólo sé que me falta el motor que movía mi vida, la D con la que la suma (A+D) siempre daba uno. Me siento cuasi-vacía inmersa en una lucha de descontrol y desenfreno. Y no debo, sé que no debo, pero sigo dando vueltas a porqué, llegado el final, me encuentro aquí sin ti. Quizás nos vamos como venimos, y así sea como deba estar. Quizás contigo acabe ablandándome tanto que no valga para luchar. Quizás sea verdad eso que dice ‘lo que no te mata, te hace más fuerte’. Tampoco lo sé.

       Sólo espero despertarme un día, abrir la puerta de tu habitación y verte como duermes, volver a cerrar y volver a presenciar una sonrisa en mi alma. Nunca sabrás cuánto te quiero.

Sin té de tener-te, con tu chocolate de kit-kat y con pañuelos.




2 comentarios:

  1. Me has hecho llorar Anita.
    Volverá, claro que volverá. ¡Y tú no te vas a ir a ninguna parte!¡Te quedas!

    ResponderEliminar
  2. Lo sé Lidia, lo sé, son momentos de bajón que nos crea esta situación canalla y virulenta. Yo tengo que estar aquí y aquí estaré, pero hay momentos que lo piensas y las lágrimas brotan sin querer.
    Gracias por estar y por ser. Besazos virtuales.

    ResponderEliminar