domingo, 28 de octubre de 2012

La sirena tiene quién la lea







“Hemos visto tantos eclipses sin soles ni lunas, sin resplandor abrazamos reflejos de cielos ajenos.
La distancia de otros abrazos congelaron el deseo de nuestra indescifrable atracción
la locura de abstenernos sólo nos mostro el desamparo de fríos besos.”

                                                 Diego Martín Antón

 

 

Sabía por las leyendas que recorrían los mares de Norte a Sur, que los marineros tenían una mujer en cada puerto. Le contaban otras sirenas que se cruzaba en alta mar, que navegase con cautela y no pusiera su aleta fuera del mar si no era en soledad. Que aquellos apuestos hombres que se dedicaban a la venta, iban de puesto en puesto a la par que de cama en teta. Que quién evitaba la ocasión evitaba la invasión, la sinrazón y el peligro.

 Para la sirena no había un rasero equitativo ni una ley del embudo a pesar que la ley de Murphy la conocía a la perfección. Como al gato la invadía la curiosidad de saber, de ver y entender. Salió a la arena una noche para contemplar como aparecían sus pies. Atusó sus largos cabellos y cuando llegó el día se dejó ver. Eligió para ello unos ojos que la recordasen la casa a la que volvía cada anochecer, su mar.

 Se acercó aquel marinero que pasaba aquel día por ese puerto a vender, la vió, intentó enseñarle sus productos y cada vez que se enfrentaba a aquellos ojos verdirojos de anémona, sucumbía en sus intentos, se guardaba su mercancía para meter su mano en su pecho, enseñarle su corazón cada día y alguna vez sus lágrimas. Ella las tocaba como quién toca por primera vez el agua y le abrazaba para calmar su tristeza. Con el paso de los años, aprendió a rozar con sus labios los suyos y albergar su cálida lengua y a mantener la respiración en sus agallas cuando sentía sus manos en su cuerpo  intentando buscar sus escamas.

 En la época de emigración, la sirena marchó rumbo al Punto Nemo. A su vuelta, se encontró a su anémona pendiente de atusar. Cada uno en su puesto, en algún momento del tiempo, se acordaban de aquellos encuentros fuera del mar. Ahora la sirena escribe cuentos y canta a la luna cuando se halla en soledad. El marinero cruza los puertos para leer las sensaciones y los sentimientos de aquel ser diferente y especial que apareció un día de luna llena y se marchó una noche de eclipse lunar. Sólo de esa forma, cierran sus ojos y entrecruzan sus piernas y sus lenguas una vez más.

 

                                                                                               16 Julio 2012

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